Guido Asencio Gallardo
Académico
La utilización del lenguaje en el discurso político
representa una intencionalidad que debe ser expresada con una estética que
cuide la forma y el fondo de lo que se quiere comunicar. Quien realiza un discurso debe tener presente
que se encuentra en una posición de poder, la cual puede generar expectativas
que van más allá de la configuración de un mero mensaje, debido a que a partir
de lo expresado será posible la construcción de una realidad transmitida desde
su propia visión de los hechos, arrastrando implícitamente un compromiso.
Para entender la importancia del lenguaje y sus efectos
en los círculos de influencia donde desarrolla su trama, es necesario saber que
existe una ciencia que precede a la propia filosofía, me refiero a la
filología, que es la ciencia que estudia la evolución de los textos, su
estructura y la forma en cómo influye en el constructo social, dejando una
estela de imaginarios que pasan a ser parte de cotidianeidad de los acontecimientos
que dan paso al surgimiento de una cultura.
En la actualidad es posible encontrar una serie de
declaraciones, discursos y manifiestos, expresados por diferentes sujetos de
poder, tales como: autoridades
políticas, dirigentes sociales, representes de empresas e instituciones, que
presentan una suerte de liviandad en sus mensajes, generando expectativas que,
muchas veces, resultan muy difíciles de cumplir, quedando en evidencia una
falta de conciencia y responsabilidad acerca del impacto que tienen sobre los
receptores, construyendo argumentos difusos, esto conlleva a la relativización
de las interpretaciones, haciendo del mensaje un mero instrumento retórico que
se diluye fácilmente en el espacio-tiempo.
Uno de los filósofos que analizó el discurso desde
diferentes perspectivas fue Michel Foucault, quien planteó una forma de ordenar
el discurso, bajo la premisa de que el lenguaje como herramienta se puede usar
para moldear la manera de interactuar, instaurando el aforismo sobre “juegos de
saberes”, donde hay reglas para legitimar el conocimiento. En su famosa clase inaugural que ofreció en
el Collège de France en el año 1970
plantea elementos para neutralizar el discurso en un afán de prohibición, quien
plantea: “No se puede decir todo, no se lo puede decir en cualquier momento y
tampoco puede ser cualquiera el que lo dice”.
En su análisis el autor releva la necesidad de saber que
no cualquiera puede hablar en cualquier momento, cualquier cosa y no toda
persona está autorizada para decir lo que quiera, agregando y clasificando los
discursos o hablas que deben ser controlados, para lo cual, propone dos
restricciones fundamentales, una lo que tiene que ver con el habla sobre el
sexo, y lo que tiene que ver con política.
Son dos temas ultrasensibles donde se debe tener presente el aparato de la
censura, argumentando que este discurso se traduce en una “habla perdurable”,
porque el discurso no es la expresión de algo que pasa en otro lugar, sino que
es algo que describe el presente.
En su dialéctica Foucault menciona otra forma de
prohibición reflejada en la exclusión, se trata de silenciar, marginar,
encerrar, domesticar y someter, lo que trata de la dicotomía entre la razón y
la locura. Una tercera forma de
neutralizar el discurso se encuentra en la oposición verdad versus falsedad, el
bien y el mal, lo verdadero y lo falso, instalando lo que plantea otro filósofo
como es Nietzche, quien en la genealogía de la moral explica la razón de por
qué dividimos, cuál es la razón de instalar un relato conflictivo, una verdad
dicotómica que pone en evidencia la necesidad de reflexionar acerca del rescate
de un mundo que tiene matices que deben
estar expresados en todo discurso.
Por su parte, los estudios de las neurociencias indican
que las palabras poseen efectos bioquímicos que tienen resonancia en quienes
las interpretan, lo cual ayuda a comprender desde otra disciplina, la
importancia de lo que se quiere comunicar para establecer parámetros que
conlleven principios éticos, garantizando de esta forma, una base sólida para
construir discursos con contenido, haciendo responsable a quién está dispuesto
a construir un discurso.
En lo particular, el lenguaje en la política ha tenido
una cierta mutación hacia la desviación de su función orientadora e integradora
pasando a convertirse en un arma que releva el sentido de competencia darwiniana
entre líderes. En esto, es imprescindible
revindicar un lenguaje que recupere el lado movilizador que tenga como objetivo,
entregar mayores grados de credibilidad, confianza y, por lo tanto, mejorar la
reputación de los mensajes, generando pertenencia, activando emociones para
instar a los ciudadanos a participar activamente en la construcción de diálogos
auténticos que impacten su quehacer cotidiano.
Finalmente un factor relevante a la hora de construir
discursos está dado por considerar el fenómeno de la aceleración del tiempo,
que analiza Chul Han en su “Aroma del tiempo”, quien parafrasea sin nombrar a
Bauman los efectos que tiene en nuestros días lo que llamó “la modernidad
líquida”, donde la instantaneidad de la información es una realidad que se
conecta con el surgimiento de sofisticadas tecnologías asociadas a la
cibernética de primer orden, que avanza a pasos agigantados, a través de la
aparición de redes sociales, big data, entre otras formas de interactuar, haciendo
cada vez más instantánea la forma de comunicar, por lo anterior, resulta
relevante concientizar respecto a la responsabilidad que conlleva establecer un
discurso.